Los Roca la tienen clara
En estos días, Catalunya se acercó a Buenos Aires, con la primera edición de CATenBA. Como parte de la delegación, llegó Josep Roca, Pitu, como lo llaman los amigos, encargado de abrir el ciclo, con «El Celler de Can Roca, una historia de la cocina catalana». A lo largo de más de una hora en la Usina de La Boca, una idea quedó clara: lo que llevó a este restaurante a ser lo que es viene de lejos, de sus raíces. Trabajo, investigación, innovación sólo tienen vuelo cuando las bases son sólidas.
Para entender más acerca de estos tres hermanos que comparten pasiones y un proyecto, recomiendo leer su libro. “Un libro es una forma de procesar el conocimiento, nosotros en estas páginas intentamos mostrar lo que somos y lo que hemos aprendido.” Estas son las primeras palabras de “El Celler de Can Roca, el Libro” (editorial Librooks), donde los hermanos recogen proyectos y memoria de más de 25 años cocinados, camino que comienza en el bar de sus padres y llega a nuestros días. En el final, el catálogo de sus platos emblemáticos.
Otro acercamiento es ver el trailer, de «El Somni», sueño en catalán, el nombre con que los hermanos Roca bautizaron su nueva creación: una ópera en 12 platos, un banquete en 12 actos, la búsqueda del placer total. Incluye diferentes disciplinas, desde la música, la poesía, la gastronomía y la pintura, unidas en una ópera homenaje a Vatel. Son diferentes formas de expresión dialogando para configurar una experiencia artística inédita, ópera en la que se puede beber y comer. Esperamos que llegue en poco tiempo a la Argentina.
Pero volviendo a los Roca, y a las palabras de Josep, quiero compartir un artículo que escribí para la revista Obsession, en 2012, cuando todavía no eran los número uno de una lista, pero ya lo eran en todo lo demás. Hoy siguen con sus estrellas Michelin, son número uno de The World´s 50 Best y creo que si tuviese que volver a escribir la nota no cambiaría una coma: los Roca mantienen un día por semana de perfeccionamiento del equipo, siempre uno de ellos está en el restaurante, investigan los productos de su tierra, avanzan sobre diferentes técnicas y tienen a sus padres a una cuadra, como «el referente de su cocina y de quienes son». Los Roca la tienen clara.
«Muchos apostaban a que el Celler de Can Roca obtuviese el primer lugar en la lista de los 50 mejores restaurantes del mundo. Salió segundo… ¿y qué?»
Llego a Girona, una ciudad catalana, a una hora de Barcelona, con calles medievales. Es la semana de las flores, todos los patios están abiertos y engalanados, la temible crisis que estalla en el resto de España aquí no se percibe. Tomo un taxi, indico donde voy y no hace falta que dé la dirección, todos saben dónde está ubicado el restaurante del que están orgullosos. Más tarde me enteraré que cuando ganaron la tercera estrella Michelin, en 2009, todos los vecinos se acercaron y festejaron con un larguísimo aplauso. Es que los hermanos Roca, los dueños de casa, no llegaron, forman parte de Girona.
Son Joan, a cargo de los fuegos, Josep, de los vinos y Jordi, de los postres. Pero hubo un antes, puede asegurarse que los Roca son ejemplo de esa cocina que se lleva en los genes, en la sangre, porque son la tercera generación dando de comer. Este espacio funciona a 200 metros del bar donde nacieron los hermanos Roca, allí donde los padres, aun hoy, preparan comidas populares, las que también alimentan al equipo del Celler y donde por muchos años, en un anexo funcionó este restaurante, hasta que los hermanos pudieron construir el nuevo lugar, en un terreno donde hacían catering.
Cuando llego, me recibe Joan y me guía por la cocina, impecable, con múltiples sectores donde se investiga y trabaja en diferentes cocciones, un lugar de 200 metros cuadrados (los mismos que el salón y la bodega), donde trabajan 35 personas para atender a 45 comensales, con parrillas, roners (recordar que fue Joan, en su diálogo permanente con científicos, quien lo dio a conocer al mundo), sector de fríos, postres… Me llama la atención las grandes pantallas de TV: “es para ver al Barca”, se ríe tímidamente, queda claro que aquí todo el mundo tiene puesta la camiseta debajo de la chaqueta.
Al salir, Joan le cede la guía a Josep, al que muchos llaman el poeta, quien me llevará a la zona de vinos, “su lugar”. Entro a una gran nave, sin decoraciones, con cinco boxes. Son los que dedico a mis vinos preferidos, me cuenta, entrar en cada uno de ellos es sumergirse en una experiencia especial. En el dedicado a los del Priorato, su tierra, están todos. En cada espacio, una pantalla permite ver los viñedos, una música acompaña la puesta y en el centro de una mesa se pueden palpar trozos de ese terruño. La escena se repite con los otros vinos del corazón, donde no falta el Champagne, el Riesling, Borgogna, ni el Jerez, el que aún se bebe en el restaurante de los padres y en donde se escucha a Miguel Poveda. Al costado, en la gran nave, están los otros, también queridos, seleccionados por Josep, un apasionado. Son miles de etiquetas de todas partes del mundo, terruños que conoce en profundidad. Con cada historia, me voy metiendo en el espíritu de esos vinos y me emociono, tanto como el relator.
Ya es hora de pasar al salón. El espacio triangular, con maderas claras, vidriado, que deja ver los jardines exteriores e interiores, con álamos, es algo así como un lugar zen en un pueblo mediterráneo. Nada sobra. Es el escenario ideal para un viaje con el paladar y todos los sentidos. Se puede optar por un menú degustación o el menú festival, porque como una fiesta mayor, la de los pueblos. Comienzo “comiéndome un mundo: México, Perú, Líbano, Marruecos y Corea”, un juego, porque debo adivinar cuál es cuál, y casi lo logro. Después llega el Mediterráneo, con las famosas olivas caramelizadas, colgadas de un olivo, calamares a la romana y un bombón de Campari y pomelo, inspirados en los que se sirven en el bar paterno; siguen la tortilla de calabacín y el brioche trufado con su caldo, mezcla de texturas y temperaturas, como diría mi nieto: delicia.
Es hora de verdes, que preparan para la moluscada al Albariño. Le sigue una comtessa de espárragos blancos y trufa, un plato que deja ver la mano de Jordi, el menor de los Roca, pastelero, pero en este caso se trata de un helado de espárragos, el sabor del conjunto se refuerza con la ostra con consomé de garbanzos y trufa. Sigue Toda la gamba, un paso que ya es famoso: gambas a la brasa, arena de gamba, rocas de tinta (pan con un suquet de calamar y gamba), patas fritas, jugo de la cabeza y esencia de gamba. Nunca creí que se pudiese extraer tanto de una gamba, pero la prueba está ahí y casi no tengo palabras. Me cuesta tomar nota, no quiero que ningún detalle me distraiga de lo importante: el goce de cada paso que llega a la mesa.
Besugo, yuzu y alcaparras. Bacalao: estofado de tripa, espuma de bacalao, sopa al aceite de oliva, escalonias con miel, tomillo y ají. Contraste vegetal, sabores que son clásicos en la zona, preparados de manera única. Llega el salmonete cocinado a baja temperatura relleno de su propio foie, con gnocchis y su suquet… increíble.
Ahora pasamos a otras carnes: cochinillo ibérico en blanqueta al Riesling; luego: mollejas y ventresca de cordero a la brasa con setas de primavera, servido con el humo de las brasas y después, otra genialidad: el hígado de pichón con cebolla, nueces caramelizadas al curry, enebro, piel de naranja y hierbas. Un final a toda orquesta, estoy en el limbo, esperando el paraíso: aún no llegaron los postres.
Comienzo con sorbete de sandía con coco y estragón, luego con las flower bomb, un nuevo divertimento de Jordi (para mí uno de los mejores pasteleros del mundo) con diferentes bocados que tienen a las flores como protagonistas en distintas texturas. Milhojas de moca… Con los cafés, llega el carrito de los petit tours, el que fue la inspiración para la heladería que Jordi abrió en el centro de Girona. Hay que elegir y quiero todo: desde los macarrones a los cucuruchos con helado, bombones, frutas y más. ¿Los vinos? Albert i Noya cava El Celler Brut D.O. cava Do Ferreiro cepas vellas 09 D.O. Rias Baixas Naiades 08 D.Rueda, Idus 06 D.O. Qa Priorat.
La despedida me lleva a visitar la casa original, allí donde nació todo, el bar familiar. Sólo hace falta caminar una cuadra, donde dan ganas de probar esos platos originarios, los que se grabaron en Joan, cuiner (cocinero); Josep, cambrer de vins (camarero de vinos) y Jordi, pastisser (pastelero), como se definen a si mismos los hermanos Roca, los que son responsables de uno de los mejores restaurantes del mundo. Allí, donde día a día, reinterpretan aquellos platos de la memoria, los mismos que comían y siguen comiendo ellos, sus hijos y aquellos a los que forman (la brigada del Celler), preparados por Josep Roca y Montse Fontané, en Can Roca, el bar-restaurante donde nacieron. Esa memoria conformó una base sólida, aquí no hay ingeniárselas para buscar exotismos, el calamar a la romana o el Campari tienen una identidad y esencia sólidas, las que les aseguran larga vida, aunque era hora de partir, porque cuando anochece, en el pueblo, se acaba la fiesta.
GPS: Can Sunyer 48, Girona, Catalunya, España. Tel: 972 222 157